No estoy en la vitrina
El término “catcall” se refería originalmente a un dispositivo que emitía un sonido agudo, parecido a un silbido, utilizado en el siglo XVII para expresar desaprobación o molestar a los artistas en los teatros. Con el tiempo, el término evolucionó para describir el acto de silbar o gritar para expresar comentarios no solicitados, especialmente de naturaleza sexual, hacia personas en público.
Las conductas asociadas con el catcalling se remontan a normas históricas en las que los hombres se sentían con derecho a comentar y controlar la apariencia y el comportamiento de las mujeres.
En muchas sociedades, los espacios públicos estuvieron históricamente dominados por hombres, y las mujeres en esos espacios a menudo fueron objeto de atención y comentarios no deseados..
El catcalling se refiere al comportamiento sexista y acosador que perpetran algunos hombres hacia mujeres que no conocen y con las que se encuentran en la calle, en el parque o en cualquier lugar de la vida cotidiana.
Se trata de acoso verbal real que las mujeres sufren en la calle por parte de desconocidos: silbidos, bocinazos, bromas sobre la vestimenta, comentarios sobre la apariencia física, gritos, aplausos o persecuciones a pie o en coche, comentarios sexualmente sugerentes, peticiones o insultos basados en la apariencia física de la víctima.
En las últimas décadas ha aumentado la conciencia y la condena del catcalling como una forma de acoso sexual. Movimientos como MeToo han generado mayor atención sobre el tema, promoviendo espacios públicos más seguros y desafiando la normalización de tales comportamientos.
Los piropos callejeros no sólo violan el derecho a la privacidad y la seguridad de la víctima, sino que también contribuyen a perpetuar una cultura de cosificación sexual y discriminación de género.
Es importante condenar los cat calling y promover el respeto y la dignidad de todas las personas, independientemente de su géner o.